domingo, 4 de enero de 2009

El día que envejecí

Hace dos días que me di cuenta. A pesar de que el cuerpo tenga más años, lo que uno es se mantiene curioso como cuando el cuerpo tenía tres años, con ganas de comerse el mundo como cuando tenía dieciocho, con la pasión de los veinticinco, la energía de los veinte, la inconsciencia de los catorce, la inseguridad de los diecinueve, la vida de los treinta...

Pero un buen día ves el sufrimiento encarnado. ¡Con lo que yo la quiero! Ves el deseo de desaparecer en sus ojos, en su presencia y, por Dios, en sus ausencias. Ves a otra de tus almas sufrir por no poder hacer nada, por no llegar hasta ella, no transmitirle ni una molécula de ánimo, de ganas de seguir. Ni por ella. Ni por él. Ni por nosotros. Ni por siquiera por ella misma.

Estaba en un restaurante frente a otro de mis amores (debo tener mucha suerte, porque entre almas, vidas y amores tengo más que los gatos), mirándole a los ojos, sonriendo con algo de tristeza, las manos enlazadas. Me dijo con tremenda dulzura: has envejecido. Y sé que es cierto.

Todo en la vida es provisional. Nada queda. Todo, absolutamente todo nos roza, nos acaricia, como un gato mimoso entre las piernas que después de un rato sigue su camino. Ni ella, ni ella, ni él, ni ninguna de mis almas, vidas y amores se quedarán. Todos pasarán.

Saberlo me llena de tristeza, sensación de pérdida anticipada, amor descontrolado que querría apretar y estrujar para que nada pudiera escapar de ese abrazo de hierro sedoso. A la vez, la certeza de que en cada pequeño detalle de lo que soy hay un reflejo, un destello, una sombra de todas las personas que pasaron y no quedaron, que están pasando y yéndose, que pasarán y se irán.

Dándome cuenta de eso, sonrío. Porque hay mucho de ella dentro de mi.

Que nada te acojone, te dijo aquella amiga cuando estabas hundida por la tristeza y la pérdida.

Hoy te lo digo yo. Que nada te acojone, mi queridísma. Ni siquiera el fin.


Ojalá puedas volver a casa. Ojalá pueda volverte a ver.

2 comentarios:

  1. Es precioso pero se me ha partido el alma en dos. Porque me ha recordado que me siento muy lejos de ella, como siempre. Y eso me duele, y me siento mal porque ... no sé qué he hecho mal. Quizás nada, quizás soy distinta y nada más. Pero me siento ruin por no tener paciencia con ella, ni con él.
    Y eso me araña por dentro, entre otras cosas.

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  2. Que no te arañe, tesoro. Lo que sentimos hay veces que no lo podemos controlar.
    Yo también me he sentido lejos, pero esta vez he intentado acercarme... y no ha podido ser. Al menos le di un gran abrazo un día, y me dio las gracias con una sonrisa sincera.
    No te sientas ruin, queridina. No has hecho nada mal.

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