O eso, o es que de ir hacinados todos los días en el bus o en el metro hemos conseguido una empatía tal que llega a ser telepatía. Y a todos se nos ocurre hacer las mismas cosas a la misma hora y en el mismo sitio.
Error intentar ir un día de fiesta a cualquier lugar del centro: ni a ver la iluminación navideña, ni a comprar una figurilla nueva para el belén en la Plaza Mayor, ni a comprar algún regalo por Preciados o por Serrano... Si a algún incauto se le ha ocurrido coger el coche, habrá acabado "de mal humor" (por no utilizar una expresión más soez).
Una cosa que cada año me llama la atención es el por qué hay tanta gente por la calle con horrendas pelucas de colores. ¿Qué hay de navideño en ello? ¿De dónde ha salido esa costumbre?
Se me ocurre que tenga su origen en las bromas del día de los Inocentes, pero ir ya luciendo las peluquillas el día 1 de diciembre, me parece exagerado. ¿Se tratará de una "Navidad civil"? (un avance más en la "civilización" de cuestiones como las bodas -a eso ya estamos acostumbrados- los "bautizos" -como celebración de bienvenida a la comunidad- e incluso las "comuniones" -como celebración de la mitad de la infancia, porque otra cosa no sé...)
En fin, que alguien me lo explique, porque yo no lo entiendo.
sábado, 8 de diciembre de 2007
Un puente sobre el Drina
Cogí este libro de Ivo Andric al azar en la biblioteca, en mi camino desde la A hacia la B. No tenía ni idea de quién era el tal Sr. Andric, pero descubrí que fue premio Nobel de literatura en 1961. A quien le interese, hay una entrada en Wikipedia sobre él. Era (porque murió en 1975) un serbio católico habitante de Bosnia.
"Un puente sobre el Drina" cuenta la historia de un pequeño pueblo, Visegrad, atravesado por el caudaloso Drina. En este pueblo viven en mayor o menor armonía, según las épocas, mahometanos turcos, cristianos serbios y judíos serfardíes.
Comienza cuando, en el siglo XVI, un gran visir llamado Mehmed-Pacha manda construir el puente para mayor gloria de Dios. El puente serviría para unir Bosnia con Oriente por carretera, pero el motivo de su construcción es algo más espiritual: Mehmed-Pacha nació cristiano en una aldea bosnia llamada Solokovice, y fue llevado contra su voluntad a Estambul como "tributo de sangre", una "deuda" que los pueblos cristianos pagaban al imperio turco. Se atravesaba en aquellos tiempos el Drina en una barcaza. Cuando, de camino a Estambul, atravesó el río, sintió como algo se le rompía en el corazón. Con los años llegó a ser gran visir, y pensó que con la construcción de un puente podría aliviar ese dolor.
Después de cinco años de trabajos forzados y sangre, el puente se eleva blanco, pétreo, sólido y bello, enmedio de Visegrad. Con el paso de los años y de los siglos es testigo de cómo la vida de los visegradeses se transforma. A la vez, es el lugar inmutable de Visegrad. En lo alto del puente, en la kapia, la zona central y más ancha, los turcos, los cristianos y los judíos disfrutan de las vistas en los atardeceres, del aire fresco que sube desde las aguas cantarinas en las noches de verano, y de los placeres del café, la rakia (bebida típica) y la conversación.
El libro cubre el intervalo de tiempo entre la construcción del puente y el estallido de la guerra que acaba en la creación de Yugoslavia (1914). Tiempos de paz, tiempos de ocupación, tiempos de guerra. Momentos felices y malditos. Ancianos que se revelan ante el cambio mientras los jóvenes abrazan las novedades con pasión.
A pesar de todos los cambios, la vida (lo que verdaderamente es la vida) y lo que cada uno espera de ella en lo profundo de su ser, se mantiene. Como el puente.
La forma de escribir de Andric es tremenda. Desde la descripción de un empalamiento (confieso que se me saltaron las lágrimas y se me puso carne de gallina) hasta las historias de amor, las leyendas y las guerras, consigue llegar hasta el corazón del que lee. La historia, como historia que es, resulta triste. Pero lleva a la reflexión de manera prácticamente contínua.
Extraigo aquí tan solo un párrafo, para abrir boca a los que hayan llegado hasta aquí:
"Aquel mismo día fue enterrada en el cementerio turco más cercano, en la orilla alta, al pie de la colina sobre la que se eleva Velie Lug. Y, al atardecer, los ociosos se reunieron en las tabernas, alrededor del pescador y de Salko el Tuerto, con esa curiosidad malsana y detestable que se desarrolla especialmente entre la gente cuya vida está vacía, desprovista de toda belleza y pobre en emociones y acontecimientos. Los obsequiaron con aguardiente y les ofrecieron tabaco para que diesen algún detalle sobre el cadáver y el entierro. Pero no consiguieron nada. Ni siquiera el aguardiente pudo desatar la lengua de los dos hombres. Incluso Salko el Tuerto callaba. Fumaba sin tregua y, con su ojo único que brillaba, seguía el humo, arrojado lejos por su aliento potente. Se limitaban a mirarse de vez en cuando el uno al otro, levantaban su vaso en silencio, al mismo tiempo, como si brindasen de modo invisible, y lo vaciaban de un trago.
Así fue como sucedió en la kapia este acontecimiento extraordinario y sin precedentes. Velie Lug no descendió hasta Nezuka, y Fata, la hija de Avdaga, no se convirió en la mujer de un Hamzic.
Avdaga Osmanagic no volvió a bajar a la ciudad. Expiró durante el invierno de aquel mismo año, ahogado por la tos y sin haber dicho a nadie una sola palabra acerca de la tristeza que le invadía.
A la primavera siguiente, Mustaí-Bey Hamzic casó a su hijo con otra muchacha, una Brankovic.
La gente, durante algún tiempo, habló del suceso, hasta que poco a poco lo fue olvidando. Sólo quedó una canción sobre la muchacha cuya belleza y prudencia habían resplandecido por encima de todo, y que, de este modo, se hizo inmortal. "
"Un puente sobre el Drina" cuenta la historia de un pequeño pueblo, Visegrad, atravesado por el caudaloso Drina. En este pueblo viven en mayor o menor armonía, según las épocas, mahometanos turcos, cristianos serbios y judíos serfardíes.
Comienza cuando, en el siglo XVI, un gran visir llamado Mehmed-Pacha manda construir el puente para mayor gloria de Dios. El puente serviría para unir Bosnia con Oriente por carretera, pero el motivo de su construcción es algo más espiritual: Mehmed-Pacha nació cristiano en una aldea bosnia llamada Solokovice, y fue llevado contra su voluntad a Estambul como "tributo de sangre", una "deuda" que los pueblos cristianos pagaban al imperio turco. Se atravesaba en aquellos tiempos el Drina en una barcaza. Cuando, de camino a Estambul, atravesó el río, sintió como algo se le rompía en el corazón. Con los años llegó a ser gran visir, y pensó que con la construcción de un puente podría aliviar ese dolor.
Después de cinco años de trabajos forzados y sangre, el puente se eleva blanco, pétreo, sólido y bello, enmedio de Visegrad. Con el paso de los años y de los siglos es testigo de cómo la vida de los visegradeses se transforma. A la vez, es el lugar inmutable de Visegrad. En lo alto del puente, en la kapia, la zona central y más ancha, los turcos, los cristianos y los judíos disfrutan de las vistas en los atardeceres, del aire fresco que sube desde las aguas cantarinas en las noches de verano, y de los placeres del café, la rakia (bebida típica) y la conversación.
El libro cubre el intervalo de tiempo entre la construcción del puente y el estallido de la guerra que acaba en la creación de Yugoslavia (1914). Tiempos de paz, tiempos de ocupación, tiempos de guerra. Momentos felices y malditos. Ancianos que se revelan ante el cambio mientras los jóvenes abrazan las novedades con pasión.
A pesar de todos los cambios, la vida (lo que verdaderamente es la vida) y lo que cada uno espera de ella en lo profundo de su ser, se mantiene. Como el puente.
La forma de escribir de Andric es tremenda. Desde la descripción de un empalamiento (confieso que se me saltaron las lágrimas y se me puso carne de gallina) hasta las historias de amor, las leyendas y las guerras, consigue llegar hasta el corazón del que lee. La historia, como historia que es, resulta triste. Pero lleva a la reflexión de manera prácticamente contínua.
Extraigo aquí tan solo un párrafo, para abrir boca a los que hayan llegado hasta aquí:
"Aquel mismo día fue enterrada en el cementerio turco más cercano, en la orilla alta, al pie de la colina sobre la que se eleva Velie Lug. Y, al atardecer, los ociosos se reunieron en las tabernas, alrededor del pescador y de Salko el Tuerto, con esa curiosidad malsana y detestable que se desarrolla especialmente entre la gente cuya vida está vacía, desprovista de toda belleza y pobre en emociones y acontecimientos. Los obsequiaron con aguardiente y les ofrecieron tabaco para que diesen algún detalle sobre el cadáver y el entierro. Pero no consiguieron nada. Ni siquiera el aguardiente pudo desatar la lengua de los dos hombres. Incluso Salko el Tuerto callaba. Fumaba sin tregua y, con su ojo único que brillaba, seguía el humo, arrojado lejos por su aliento potente. Se limitaban a mirarse de vez en cuando el uno al otro, levantaban su vaso en silencio, al mismo tiempo, como si brindasen de modo invisible, y lo vaciaban de un trago.
Así fue como sucedió en la kapia este acontecimiento extraordinario y sin precedentes. Velie Lug no descendió hasta Nezuka, y Fata, la hija de Avdaga, no se convirió en la mujer de un Hamzic.
Avdaga Osmanagic no volvió a bajar a la ciudad. Expiró durante el invierno de aquel mismo año, ahogado por la tos y sin haber dicho a nadie una sola palabra acerca de la tristeza que le invadía.
A la primavera siguiente, Mustaí-Bey Hamzic casó a su hijo con otra muchacha, una Brankovic.
La gente, durante algún tiempo, habló del suceso, hasta que poco a poco lo fue olvidando. Sólo quedó una canción sobre la muchacha cuya belleza y prudencia habían resplandecido por encima de todo, y que, de este modo, se hizo inmortal. "
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Hay algo que no estamos haciendo bien...
Esta mañana ha llegado hasta mis manos un cuento, de esos que tienen moraleja. Es una fábula sencilla, de las que dan que pensar.
Quizá estaba especialmente sensible al mensaje del cuento porque estoy en medio de un libro muy interesante, "Un puente sobre el Drina", que habla de lo que evoluciona y de lo que se mantiene inmutable en una pequeña ciudad bosnia a orillas de un río en la que se mezclan las culturas orientales y las occidentales. Dejo la reflexión sobre el libro para otro día.
Aquí está el cuento. Disfrutadlo.
Un hombre de negocios norteamericano estaba en el embarcadero de un pueblecito costero de México cuando llegó una barca con un solo tripulante y varios soberbios atunes. El norteamericano felicitó al mexicano por la calidad del pescado y le preguntó cuánto tiempo había tardado en pescarlo.
El mexicano replicó: Oh! Sólo un ratito.
Entonces el norteamericano le preguntó por qué no se había quedado más tiempo para coger más peces.
El mexicano dijo que ya tenía suficiente para las necesidades de su familia.
El norteamericano volvió a preguntar:
- ¿Y qué hace usted entonces con el resto de su tiempo?
El mexicano contestó:
- Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer, voy cada tarde al pueblo a tomar unas copas y a tocar la guitarra con los amigos. Tengo una vida plena y ocupada, señor.
El norteamericano dijo con tono burlón:
- Soy un graduado de Harvard y le podría echar una mano. Debería dedicar más tiempo a la pesca y con las ganancias comprarse una barca más grande. Con los beneficios que le reportaría una barca más grande, podría comprar varias barcas. Con el tiempo, podría hacerse con una flotilla de barcas de pesca. En vez de vender su captura a un intermediado, se la podría vender al mayorista; incluso podría llegar a tener su propia fábrica de conservas. Controlaría el producto, el proceso industrial y la comercialización. Tendría que irse de esta aldea y mudarse a Ciudad de México, luego a Los Ángeles y finalmente a Nueva York, donde dirigiría su propia empresa en expansión.
- Pero señor, ¿cuánto tiempo tardaría todo eso?
- De quince a veinte años.
- Y luego ¿qué?
El norteamericano soltó una carcajada y dijo que eso era la mejor parte:
- Cuando llegue el momento oportuno, puede vender la empresa en bolsa y hacerse muy rico. Ganaría millones.
- ¿Millones, señor? Y luego ¿que?
- Luego se podría retirar. Irse a un pequeño pueblo costero donde podría dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con sus nietos, hacer la siesta con su mujer e irse de paseo al pueblo por las tardes a tomar unas copas y tocar la guitarra con sus amigos.
De ser yo el mejicano, lo tendría muy claro y le diría que se fuera con viento fresco (y no porque el otro sea norteamericano y yo mejicano ;-) ). Si el aliciente de una vida desenfrenada es una vida sencilla y dulce... ¿por qué no disfrutar de esa vida sencilla y dulce el máximo tiempo posible si ya se puede disfrutar de ella con lo que se tiene? ¿De qué vale el desenfreno?
Es cierto que el cuento es simplista -- ¿qué pasará con la vida del mejicano si se acaban los atunes, sus hijos crecen o su mujer se va con otro? -- pero el fondo sigue estando vigente incluso si el mejicano es de los previsores y pesca algún atún de más, reduce el tiempo que pasa en el pueblo (porque jugar con los hijos y la siesta con la mujer son sagrados) y se dedica a hacer conservas de atún, por si acaso.
No sé cómo y no sé quién ha conseguido meternos en la cabeza esas ideas de actividad ilimitada, vida a tope... y jubilación idílica cuando estás a punto de no poder disfrutar de la vida. Es una idea muy "yankee", pero nuestra cultura lleva adoptando estas máximas durante las últimas décadas.
Yo no quiero tener muchas cosas y mucho dinero para ser feliz. Yo quiero ser feliz. Y punto. Y para eso no hacen falta muchas cosas, ni mucho dinero. Hace falta personas a las que querer, y tiempo para quererlas. Y lo justo para vivir dignamente y darte tus pequeños caprichos.
Quizá estaba especialmente sensible al mensaje del cuento porque estoy en medio de un libro muy interesante, "Un puente sobre el Drina", que habla de lo que evoluciona y de lo que se mantiene inmutable en una pequeña ciudad bosnia a orillas de un río en la que se mezclan las culturas orientales y las occidentales. Dejo la reflexión sobre el libro para otro día.
Aquí está el cuento. Disfrutadlo.
Un hombre de negocios norteamericano estaba en el embarcadero de un pueblecito costero de México cuando llegó una barca con un solo tripulante y varios soberbios atunes. El norteamericano felicitó al mexicano por la calidad del pescado y le preguntó cuánto tiempo había tardado en pescarlo.
El mexicano replicó: Oh! Sólo un ratito.
Entonces el norteamericano le preguntó por qué no se había quedado más tiempo para coger más peces.
El mexicano dijo que ya tenía suficiente para las necesidades de su familia.
El norteamericano volvió a preguntar:
- ¿Y qué hace usted entonces con el resto de su tiempo?
El mexicano contestó:
- Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer, voy cada tarde al pueblo a tomar unas copas y a tocar la guitarra con los amigos. Tengo una vida plena y ocupada, señor.
El norteamericano dijo con tono burlón:
- Soy un graduado de Harvard y le podría echar una mano. Debería dedicar más tiempo a la pesca y con las ganancias comprarse una barca más grande. Con los beneficios que le reportaría una barca más grande, podría comprar varias barcas. Con el tiempo, podría hacerse con una flotilla de barcas de pesca. En vez de vender su captura a un intermediado, se la podría vender al mayorista; incluso podría llegar a tener su propia fábrica de conservas. Controlaría el producto, el proceso industrial y la comercialización. Tendría que irse de esta aldea y mudarse a Ciudad de México, luego a Los Ángeles y finalmente a Nueva York, donde dirigiría su propia empresa en expansión.
- Pero señor, ¿cuánto tiempo tardaría todo eso?
- De quince a veinte años.
- Y luego ¿qué?
El norteamericano soltó una carcajada y dijo que eso era la mejor parte:
- Cuando llegue el momento oportuno, puede vender la empresa en bolsa y hacerse muy rico. Ganaría millones.
- ¿Millones, señor? Y luego ¿que?
- Luego se podría retirar. Irse a un pequeño pueblo costero donde podría dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con sus nietos, hacer la siesta con su mujer e irse de paseo al pueblo por las tardes a tomar unas copas y tocar la guitarra con sus amigos.
De ser yo el mejicano, lo tendría muy claro y le diría que se fuera con viento fresco (y no porque el otro sea norteamericano y yo mejicano ;-) ). Si el aliciente de una vida desenfrenada es una vida sencilla y dulce... ¿por qué no disfrutar de esa vida sencilla y dulce el máximo tiempo posible si ya se puede disfrutar de ella con lo que se tiene? ¿De qué vale el desenfreno?
Es cierto que el cuento es simplista -- ¿qué pasará con la vida del mejicano si se acaban los atunes, sus hijos crecen o su mujer se va con otro? -- pero el fondo sigue estando vigente incluso si el mejicano es de los previsores y pesca algún atún de más, reduce el tiempo que pasa en el pueblo (porque jugar con los hijos y la siesta con la mujer son sagrados) y se dedica a hacer conservas de atún, por si acaso.
No sé cómo y no sé quién ha conseguido meternos en la cabeza esas ideas de actividad ilimitada, vida a tope... y jubilación idílica cuando estás a punto de no poder disfrutar de la vida. Es una idea muy "yankee", pero nuestra cultura lleva adoptando estas máximas durante las últimas décadas.
Yo no quiero tener muchas cosas y mucho dinero para ser feliz. Yo quiero ser feliz. Y punto. Y para eso no hacen falta muchas cosas, ni mucho dinero. Hace falta personas a las que querer, y tiempo para quererlas. Y lo justo para vivir dignamente y darte tus pequeños caprichos.
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