La culpa (la mayoría) la tiene el Belén, que ha sido un sumidero de tiempo. Pero he hecho un par de cosas que estaban buenisimas. Una de ellas "por error". Ahora os cuento.
Mi primer proyecto del otoño fue hacer mermeladas para regalar en Navidades a la familia. Empecé a indagar por internet y conseguí encontrar un buen montón de recetas. Algunas de ellas utilizaban pectina, y tras intentar encontrarla en la
farmacia y en el herbolario e informarme de los astronomicos precios que pretendían cobrar, decidí hacerla en casa con manzanas reinetas que en noviembre estaban ya en plena sazón. Se hace cociéndolas, colando el resultado y reduciendo esta "salsa". No lleva azúcar. El éxito fue relativo, porque el "resultado" no conseguía espesar gran cosa las mermeladas en el que lo utilicé).
En fin, de todo se aprende. Estas son las mermeladas que hice:
1. Calabacín con gengibre
2. Piel de naranja y mandarina con jugo de mango
3. Mosto de Shyraz
4. Manzana con vainilla
La que más gustó fue esta ultima. Y pensándolo bien, hace un relleno de empanada / tarta / bizcocho para chuparse los dedos. Para variar, ni medí ni pesé los ingredientes, así que difícilmente conseguiré replicarlas. Más o menos se necesitan 6 manzanas, 200 gr de azúcar, esencia de vainilla, una nuez
de mantequilla y un chorrito de zumo de limón. Se cuece una media hora a fuego lento y se envasa.
Otra de las razones por las que queria hacer las mermeladas (todo tiene su por quê) era aprender a envasar conservas. Una vez más, éxito parcial: el baño maría no es tan complicado y sí consigue hacer vacío, pero los tarros tienen que ser bastante iguales de alto para que funcione. Y hay que dejarlos cocer más de los 10 min que leí.
Segundo proyecto: este año Juanma me pidió que repitiera el Stollen, así que necesitaba hacer piel de naranja confitada. En el proceso de confitarla (decidí hacerlo por un método alternativo que consiste en quitar prácticamente toda la parte blanca de la corteza y luego cocerla en almíbar dos horas) me tuve que ir a clase, y dejé a Juanma encargado de apagar el fuego. Cosa que, aunque me juró que había hecho, no ocurrió. Cuando lleguê a casa, aquello parecia ya un caramelo de los que se pegan a las muelas si no tienes cuidado.
Lo retiré del fuego, lo dejé enfriar un poco y lo rebocé en azúcar glass. Me costó separar las pieles porque aquello estaba espeso. Pensê
que quedarian duras e incomestibles...
Cuál fue mi sorpresa cuando a los dos días se convirtieron en algo delicioso y crujiente, ni cristalizado ni pegajoso. Las pieles que todavía quedan las estamos aprovechando para nuestros bizcochos de desayuno, además de resultar una golosina poco pecaminosa cuando nos apetece algo "ligeramente insano".
Y en estas que ya era el 19 de diciembre y tenia que pensar en la cena de Nochebuena. Pero como decía Ende, esa es otra historia que será contada en otra ocasión (¡o en la siguiente entrada!)
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