Después del buen comienzo y de mucho descansar (ella) y de nada descansar (nosotros), continuamos celebración por la noche. Hay que decir que el local estaba fenomenal, que la compañía "acompañó", que la comida fue buena y abundante (¡qué ricos la empanada calentita, los bocatines de chorizo, el queso con orégano y el lomo, podioz!), que la música fue un puntazo y que nos lo pasamos genial, ¡jolines!
Pongo aquí unas fotos para que los que estabais un poco lejos podáis ver el buen rato que pasó la homenajeada u "ojomeneada" (con ceremonia faraónica incluida).
A medida que avanzaba la noche las caras se iban "relajando", algunas por el alcohol, otras por puritito cansancio.
Y algunos "candid shots" para echarnos unas risas :-)
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Lo que daría yo...
Lo que daría yo porque siempre tuviera esa sonrisa.
En este caso tenía su explicación. Y espero que la inercia de la sonrisa le dure mucho, pero que mucho tiempo.
No se cumplen los "tantos" todos los días, así que las amigas conspiramos un poco para hacer del día de la celebración de su cumple algo más especial. Y se nos ocurrió algo bastante sencillo y que podría conseguirlo. El plan era el siguiente: le encargamos un desayuno-rico-rico-con-masaje-relajante-realizado-por-profesional-lo-más-cañón-posible a domicilio. Posteriormente, calculando 45 minutos para el masaje, apareceríamos por su casa para darle la sorpresa. Apañamos planes de todas para poder encajarlo (¡en su casa a las diez y media!) y voilà...
Pero el tiempo nos jugó una mala pasada. Se puso a nevar por Torrelodones. A las diez y media, con puntualidad inglesa, nos presentamos en su puerta, se dio una sorpresa porque no esperaba vernos a todas allí... y ¡la cesta con el desayuno no está por ninguna parte! Mientrs unas secuestraban a la anfitriona en la cocina con la excusa de calentar leche para desayunar (habíamos llevado churros y porras para complementar), otras conseguíamos averiguar que el problema estaba en que el masajista había tenido problemas con la primera "entrega" y se iba a retrasar...
No fue hasta eso de las once que llegó el susodicho (no era muy cañón pero sí resultón, con más de metro ochenta de alto), le dio la sorpresa y un repaso de piernas y espalda, quedándosele a Carmencilla la cara que puede verse a continuación.
Me llevé a Irene, que disfrutó con todo el tinglado y en especial de los bollos, aunque le hubiera encantado estar en el salón mientras le daban el masaje a su tía. Para compensar, se llevó una buena dosis de cuentos, contados con mucho amor y dedicación por su tía Carmina y por su "tita postiza" Tere.
Fue una buena forma de empezar el día, ¿no crees?
En este caso tenía su explicación. Y espero que la inercia de la sonrisa le dure mucho, pero que mucho tiempo.
No se cumplen los "tantos" todos los días, así que las amigas conspiramos un poco para hacer del día de la celebración de su cumple algo más especial. Y se nos ocurrió algo bastante sencillo y que podría conseguirlo. El plan era el siguiente: le encargamos un desayuno-rico-rico-con-masaje-relajante-realizado-por-profesional-lo-más-cañón-posible a domicilio. Posteriormente, calculando 45 minutos para el masaje, apareceríamos por su casa para darle la sorpresa. Apañamos planes de todas para poder encajarlo (¡en su casa a las diez y media!) y voilà...
Pero el tiempo nos jugó una mala pasada. Se puso a nevar por Torrelodones. A las diez y media, con puntualidad inglesa, nos presentamos en su puerta, se dio una sorpresa porque no esperaba vernos a todas allí... y ¡la cesta con el desayuno no está por ninguna parte! Mientrs unas secuestraban a la anfitriona en la cocina con la excusa de calentar leche para desayunar (habíamos llevado churros y porras para complementar), otras conseguíamos averiguar que el problema estaba en que el masajista había tenido problemas con la primera "entrega" y se iba a retrasar...
No fue hasta eso de las once que llegó el susodicho (no era muy cañón pero sí resultón, con más de metro ochenta de alto), le dio la sorpresa y un repaso de piernas y espalda, quedándosele a Carmencilla la cara que puede verse a continuación.
Me llevé a Irene, que disfrutó con todo el tinglado y en especial de los bollos, aunque le hubiera encantado estar en el salón mientras le daban el masaje a su tía. Para compensar, se llevó una buena dosis de cuentos, contados con mucho amor y dedicación por su tía Carmina y por su "tita postiza" Tere.
Fue una buena forma de empezar el día, ¿no crees?
Cocinillas - Las galletas navideñas (definitivas)
Al final tiré por la calle de enmedio y como el brazo se va recuperando, preferí no ponerlo a prueba. Que me decidí por una receta fácil, vamos, y aunque la textura no es exactamente igual, el sabor se mantiene, y las galletas prácticamente han desaparecido en cuestión de 5 días. ¿Os digo la verdad? Quedan 5.
Lo que ocurre es que la receta "buena de verdad" requiere batir durante bastante tiempo la mantequilla con el azúcar moreno, hasta que prácticamente desaparecen los cristales. Sin un robot de cocina eso supone un trabajo de hombro de más de 10 minutos. Y no estaba por la labor de volver a lesionarme los "rotadores".
Cogí la semana pasada un libro de la biblioteca con ideas para hacer cosillas navideñas "a la americana" e incluía, como no, una receta de galletas de jengibre. El libro está orientado a niños, así que la receta es tremendamente sencilla. Y lo digo de verdad. La receta la pongo al final, ahora os cuento la parte divertida.
Mientras Irene dormía y llegaba Carmina me puse a hacer las galletas. Empecé a las cuatro y poco y saqué las últimas galletas del horno a las seis. Eso sí, salieron cerca de 70 galletas (también es cierto que algunos moldes eran pequeños).
Cuando ambas estuvieron operativas, allá para las seis y media, nos pusimos a pintar. No nos complicamos la vida y utilizamos las herramientas más simples (cucharas, espátulas, palillos). Me quedé con las ganas de decorar con mangas pasteleras de papel cuisson, pero eran muchas las galletas y había un bebecillo involucrado en el proceso, queriendo hacer tooooooodo lo que hacíamos las mayores. No me pareció oportuno.
Al principio, la princesita comió más que pintó. Los M&M volaban. El glaseado también. La "purpurina" (como ella llama a los fideos y bolitas de colores) desaparecía por momentos. Cuando ya no cupo más en la tripa, empezó a "producir galletas" con un estilo muy personal, totalmente abstracto pero a mi me dejó sorprendida.
Y lo que más me sorprendió: tardó más de hora y cuarto en decir "mami, ya no quiero pintar más galletas" :-) Jamás ha estado tan entretenida, salvo viendo una película. E ilusionada, repetía "voy a compartir las galletas con todos mis amigos en el cole" cada dos por tres.
En fin, os podéis imaginar la sonrisa tonta de madre (y de tía, todo hay que decirlo) que tuvimos durante toda la tarde.
Acabamos a las nueve y media hora más tarde ya estaba la cocina recogida y la cena puesta (la de Irene, la nuestra tardó un poco más).
Conclusión, que es una experiencia que vale la pena repetir el próximo año. Pero no necesariamente habría que esperar a Navidad :-)
PD - Que no nos las hemos comido todas nosotros!!! Llevamos casi todos los candy canes y los gingerbreadmen a la guardería. Llevamos una tartera grande llena al cumpleaños de Carmina. Le di una bolsa a Elena, que cuidó a Irene la noche del cumple de Carmina. Le di otra bolsa a Pamela, la chica nueva, que tiene mono de dulces. Y el resto sí, nos las hemos ido comiendo nosotros :-)
Receta - Galletas de jengibre
(Adaptada del libro "Mi primer libro de Navidad" de Angela Wilkes: doblé las cantidades porque quería hacer bastantes galletas, e incrementé la cantidad de canela porque al probar la masa quedaba un poco insípida, eliminé el clavo porque me parecía que para el paladar infantil añadía demasiado picor y... sustituí la miel de abeja por melaza --miel de caña-- para obtener un sabor más fiel a la versión americana de estas galletas)
Para la masa:
350 gr harina
125 gr mantequilla
1 huevo
100 gr azúcar moreno
4 cucharadas de melaza
1 cucharadita de jengibre molido
1 cucharada de canela molida
1 cucharadita de bicarbonato
1 pizca de sal
Para el glaseado: 1 cucharadita de zumo de limón, agua y azúcar glass (para la receta, cuarto de kilo de azúcar glass es suficiente, y de agua aproximadamente dos cucharaditas. Mejor que quede espeso para luego ir aclarando, poco a poco, con el agua hasta que tenga la textura adecuada. Colorantes alimenticios de varios colores. M&Ms. Bolitas de colores. Almendras. Guindas. Echarle imaginación. El limón se puede sustituir por unas gotas de esencia de vainilla u otras. Cuidado con las esencias, pueden darle color al glaseado, o hacerlo grisáceo.
Para hacer la masa: derretir a fuego lento la mantequilla, el azúcar y la miel en un cazo. En un bol, mezclar la harina, especias y bicarbonato. Añadir la mezcla de mantequilla y por último el huevo bien batido. Mezclar todo muy bien y hacer una bola con la masa. Taparla y refrigerar media hora en la nevera.
Hacer una mezcla al 50% de harina y azúcar glass para espolvorear la superficie de trabajo. Extender la masa hasta obtener un grosor de 3 mm. Cortarla con moldes y poner las galletas cortadas en una placa de horno.
Precalentar el horno a 190º. Hornear entre 10 y 15 minutos.
Para hacer el glaseado, mezclar los ingredientes hasta obtener una masa suave pero con cuerpo (no debe ser demasiado líquida o se irá escurriendo por los bordes de las galletas). Repartir en cuencos pequeños y colorear cada cuenco con unas gotas de colorante.
Recomendaciones:
- Yo hice la masa por la mañana y la saqué de la nevera por la tarde (más de 5 horas) - en caso de hacerlo así, sacar la masa de la nevera al menos media hora antes de trabajarla, o si no será muy difícil manejarla con el rodillo (yo me puse a amasarla y romperla un poco, al rato conseguí la textura adecuada, pero no vale la pena el trabajo).
- El tiempo de cocción va a depender de la forma y tamaño de las galletas. Hay que estar al tanto para que no se hagan demasiado, o se ponen muy duras. El punto adecuado es aquél en el que se empiezan a dorar por debajo y los bordes empiezan a dorarse (pero no a ponerse oscuros).
- Por esa misma razón, no mezclar en la misma bandeja de horno galletas con formas muy diferentes.
Lo que ocurre es que la receta "buena de verdad" requiere batir durante bastante tiempo la mantequilla con el azúcar moreno, hasta que prácticamente desaparecen los cristales. Sin un robot de cocina eso supone un trabajo de hombro de más de 10 minutos. Y no estaba por la labor de volver a lesionarme los "rotadores".
Cogí la semana pasada un libro de la biblioteca con ideas para hacer cosillas navideñas "a la americana" e incluía, como no, una receta de galletas de jengibre. El libro está orientado a niños, así que la receta es tremendamente sencilla. Y lo digo de verdad. La receta la pongo al final, ahora os cuento la parte divertida.
Mientras Irene dormía y llegaba Carmina me puse a hacer las galletas. Empecé a las cuatro y poco y saqué las últimas galletas del horno a las seis. Eso sí, salieron cerca de 70 galletas (también es cierto que algunos moldes eran pequeños).
Cuando ambas estuvieron operativas, allá para las seis y media, nos pusimos a pintar. No nos complicamos la vida y utilizamos las herramientas más simples (cucharas, espátulas, palillos). Me quedé con las ganas de decorar con mangas pasteleras de papel cuisson, pero eran muchas las galletas y había un bebecillo involucrado en el proceso, queriendo hacer tooooooodo lo que hacíamos las mayores. No me pareció oportuno.
Al principio, la princesita comió más que pintó. Los M&M volaban. El glaseado también. La "purpurina" (como ella llama a los fideos y bolitas de colores) desaparecía por momentos. Cuando ya no cupo más en la tripa, empezó a "producir galletas" con un estilo muy personal, totalmente abstracto pero a mi me dejó sorprendida.
Y lo que más me sorprendió: tardó más de hora y cuarto en decir "mami, ya no quiero pintar más galletas" :-) Jamás ha estado tan entretenida, salvo viendo una película. E ilusionada, repetía "voy a compartir las galletas con todos mis amigos en el cole" cada dos por tres.
En fin, os podéis imaginar la sonrisa tonta de madre (y de tía, todo hay que decirlo) que tuvimos durante toda la tarde.
Acabamos a las nueve y media hora más tarde ya estaba la cocina recogida y la cena puesta (la de Irene, la nuestra tardó un poco más).
Conclusión, que es una experiencia que vale la pena repetir el próximo año. Pero no necesariamente habría que esperar a Navidad :-)
PD - Que no nos las hemos comido todas nosotros!!! Llevamos casi todos los candy canes y los gingerbreadmen a la guardería. Llevamos una tartera grande llena al cumpleaños de Carmina. Le di una bolsa a Elena, que cuidó a Irene la noche del cumple de Carmina. Le di otra bolsa a Pamela, la chica nueva, que tiene mono de dulces. Y el resto sí, nos las hemos ido comiendo nosotros :-)
Receta - Galletas de jengibre
(Adaptada del libro "Mi primer libro de Navidad" de Angela Wilkes: doblé las cantidades porque quería hacer bastantes galletas, e incrementé la cantidad de canela porque al probar la masa quedaba un poco insípida, eliminé el clavo porque me parecía que para el paladar infantil añadía demasiado picor y... sustituí la miel de abeja por melaza --miel de caña-- para obtener un sabor más fiel a la versión americana de estas galletas)
Para la masa:
350 gr harina
125 gr mantequilla
1 huevo
100 gr azúcar moreno
4 cucharadas de melaza
1 cucharadita de jengibre molido
1 cucharada de canela molida
1 cucharadita de bicarbonato
1 pizca de sal
Para el glaseado: 1 cucharadita de zumo de limón, agua y azúcar glass (para la receta, cuarto de kilo de azúcar glass es suficiente, y de agua aproximadamente dos cucharaditas. Mejor que quede espeso para luego ir aclarando, poco a poco, con el agua hasta que tenga la textura adecuada. Colorantes alimenticios de varios colores. M&Ms. Bolitas de colores. Almendras. Guindas. Echarle imaginación. El limón se puede sustituir por unas gotas de esencia de vainilla u otras. Cuidado con las esencias, pueden darle color al glaseado, o hacerlo grisáceo.
Para hacer la masa: derretir a fuego lento la mantequilla, el azúcar y la miel en un cazo. En un bol, mezclar la harina, especias y bicarbonato. Añadir la mezcla de mantequilla y por último el huevo bien batido. Mezclar todo muy bien y hacer una bola con la masa. Taparla y refrigerar media hora en la nevera.
Hacer una mezcla al 50% de harina y azúcar glass para espolvorear la superficie de trabajo. Extender la masa hasta obtener un grosor de 3 mm. Cortarla con moldes y poner las galletas cortadas en una placa de horno.
Precalentar el horno a 190º. Hornear entre 10 y 15 minutos.
Para hacer el glaseado, mezclar los ingredientes hasta obtener una masa suave pero con cuerpo (no debe ser demasiado líquida o se irá escurriendo por los bordes de las galletas). Repartir en cuencos pequeños y colorear cada cuenco con unas gotas de colorante.
Recomendaciones:
- Yo hice la masa por la mañana y la saqué de la nevera por la tarde (más de 5 horas) - en caso de hacerlo así, sacar la masa de la nevera al menos media hora antes de trabajarla, o si no será muy difícil manejarla con el rodillo (yo me puse a amasarla y romperla un poco, al rato conseguí la textura adecuada, pero no vale la pena el trabajo).
- El tiempo de cocción va a depender de la forma y tamaño de las galletas. Hay que estar al tanto para que no se hagan demasiado, o se ponen muy duras. El punto adecuado es aquél en el que se empiezan a dorar por debajo y los bordes empiezan a dorarse (pero no a ponerse oscuros).
- Por esa misma razón, no mezclar en la misma bandeja de horno galletas con formas muy diferentes.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Galleticas navideñas
Hace un mes, en previsión de la época navideña, y por eso de hacer alguna cosita especial con Irene, probé a hacer las típicas galletas de jengibre que por estas fechas hacen furor en los estates... Y jolines, ¡qué éxito!
Vale, es verdad, pagué la inocentada: hay que poner todas las galletas de la misma forma en el horno a la vez, para que no se quemen las más finitas. Además, hay que estar más al tanto, para que no se pongan "demasiado morenas". Y por último, hay que aligerar más el frosting, porque si no se pone duro demasiado pronto y no da tiempo a que se peguen los fideos o bolitas.
Pero a pesar de eso, fue muy divertido. Además, a Irene le encantaron, y a la familia también. Tanto, que mañana repetimos, pero esta vez para hacer "las definitivas", las que tendremos por casa, las que llevaremos a la guarde para sus amigos, y algunas las llevaré al trabajo, por eso de no comérnoslas todas en casa.
La receta, adaptada de 101cookbooks, la pondré un día de estos, junto con fotos de la pequeñaja "pintando" las suyas. ¡Esto promete!
Mirad que carita más linda cuando terminamos y las metimos todas en un "tupper"...
jueves, 4 de diciembre de 2008
Hace ya demasiado...
... que no escribo en el blog. Estos meses han sido intensos, incluso cansados. Pero, como siempre, sigue mereciendo la pena. A pesar del sueño. A pesar del dolor de cuello y hombro (derecho). A pesar de las prisas y de no llegar a todo y de dejarme mil cosas por hacer.
Así que en este momento, media noche, voy a hacer un paréntesis antes de irme a dormir y voy a dar las gracias:
- a Irene por hacer cada día memorable, con sus cuentos, con sus caprichos, con su enorme sonrisa, con su personalidad en constante evolución...
- a mi amor, mi querido amor, por estar ahí. Te piensas que me tienes abandonada, que nos tienes abandonadas, pero no es cierto. Te sentimos, te queremos y sí, te echamos de menos, pero estas rachas son pasajeras y ya vendrán momentos para disfrutar todos juntos. ¡No te me agobies!
- a las "chicas de la fibra" y al jefe, porque sin vosotros este caos contínuo no tendría un componente de sonrisa y complicidad, y sería totalmente insoportable
- a todos a los que sé que estáis ahí pero a los que no puedo dedicaros tiempo, ya sea por incompatibilidad de horarios o por las circustancias de la vida (os rajan las ruedas, os vais de viaje, solo podéis quedar por la noche, o la niña no se levanta de la siesta a tiempo para poder quedar...)
- May you be happy. May you be safe. May you be healthy. May you be peaceful. Aunque sea solo por esas cuatro frases, gracias, Gil Fronsdal.
Así que en este momento, media noche, voy a hacer un paréntesis antes de irme a dormir y voy a dar las gracias:
- a Irene por hacer cada día memorable, con sus cuentos, con sus caprichos, con su enorme sonrisa, con su personalidad en constante evolución...
- a mi amor, mi querido amor, por estar ahí. Te piensas que me tienes abandonada, que nos tienes abandonadas, pero no es cierto. Te sentimos, te queremos y sí, te echamos de menos, pero estas rachas son pasajeras y ya vendrán momentos para disfrutar todos juntos. ¡No te me agobies!
- a las "chicas de la fibra" y al jefe, porque sin vosotros este caos contínuo no tendría un componente de sonrisa y complicidad, y sería totalmente insoportable
- a todos a los que sé que estáis ahí pero a los que no puedo dedicaros tiempo, ya sea por incompatibilidad de horarios o por las circustancias de la vida (os rajan las ruedas, os vais de viaje, solo podéis quedar por la noche, o la niña no se levanta de la siesta a tiempo para poder quedar...)
- May you be happy. May you be safe. May you be healthy. May you be peaceful. Aunque sea solo por esas cuatro frases, gracias, Gil Fronsdal.
martes, 28 de octubre de 2008
Chulicero y Lametón
Este segundo cuento siguió al anterior, después del baño y mientras la secaba y vestía. Hoy la chica estaba sembrada.
-----------------------------------------------------------------
Esta es la historia de un gato y un caracol.
Un gato tan grande que hasta los perros salían huyendo cuando le veían, con esas garras tan enormes.
Y un caracol de carreras, osado y veloz, ¡el más rápido del mundo entero!
Al gato se le conocían por Chulicero, un nombre larguísimo y feo para un gato tremendo.
El caracol no tenía nombre, pero sus seguidores en las carreras le llamaban Lametón, por el rastro baboso que dejaba en la tierra a su vertiginoso paso.
Como os podréis suponer, Chulicero estaba triste. Todo el mundo se asustaba al verle, incluso los que le conocían, y eso que era un gato con buen corazón. Al principio se enfadaba mucho, pero eso acrecentaba su fama, así que según pasó el tiempo Chulicero caminaba más encorvado, con los hombros hundidos y la mirada gacha, y con el ánimo en los pies.
Un día que paseaba por un camino tranquilo que bordeaba un río, se cruzó con un caracol. El caracol iba despacio, despacio, como todos los caracoles. Tenía la concha de vivos colores, y eso fue lo que atrajo su atención. Levantó la pata e intentó rozarlo suavemente (sin garras, desde luego) pero de repente el caracol hizo un quiebro y se apartó de su mano. De hecho, el caracol se le encaró y con cara de pocos amigos le espetó: "¿Qué te piensas que estás haciendo?"
Chulicero se quedó de piedra. ¡Un caracol que corría y que encima le plantaba cara! ¡Algo jamás visto!
"¿Pero es que no sabes con quién estás tratando?". continuó el caracol. "Soy el caracol más rápido del mundo, ¡ni te atrevas a tocarme con tus sucias pezuñas!". Chulicero no pudo evitarlo, después de la sorpresa inicial le sentó fatal que el caracol se enfadara con él, y se le escapó una lágrima que le resbaló hasta el hocico.
Lametón, el caracol, al ver a un gato tan grandote llorando, se ablandó al instante: "Hombre, no es para tanto, entiendo que tus patas están sucias porque las usas para andar por este camino". En el fondo, Lametón era un buen tipo, aunque tuviese malas pulgas. Y no soportaba que nadie llorase.
A Chulicero cada vez le caían más lagrimones. Así que Lametón, ni corto ni perezoso, se subió por su pata. A Chulicero le hacía cosquillas, pero como estaba tan triste, ni siquiera le hizo gracia. Lametón siguió subiendo por la tripa, llegó hasta el cuello, subió hasta la oreja y le dio un sonoro beso en la cabeza.
Esto sí que consiguió que Chulicereo dejara de llorar, por lo sorprendente de que un caracol hubiera conseguido subir tan rápido hasta sus orejas, y porque le hubiera dado ¡un beso! Con mucho cuidado, Chulicero cogió a Lametón en una de sus patas y se lo puso delante para poder verlo bien.
- Siento haberte asustado al intentar darte con la pata- dijo Chulicero - no pretendía hacerte daño.
- Y yo siento haber sido tan grosero, y haberte hecho llorar.
- No ha sido culpa tuya,- respondió Chulicero - simplemente has sido la gota que colmó el vaso. Estoy triste, nadie quiere estar conmigo, a todos les asusto, y me siento muy solo.
- Pues eso tiene fácil arreglo. A mi no me asustas, y se me ocurre algo que podríamos hacer juntos. ¿Qué te parece si echamos una carrera?
Chulicero pensó que sería pan comido, y aceptó el reto. Pero ¿que creéis que pasó? Que Lametón le ganó, por poco, es verdad, pero ganó. A Chulicero le hizo mucha gracia, y le pidió la rebancha. Y esta vez ganó Chulicero, pero porque se esforzó muchísimo y llegó casi sin aliento.
Entre risas y jadeos, Chulicero y Lametón se sentaron junto a un arbol a descansar. Y desde ese día son amigos, y Chulicero ya no está triste. Porque sabe que igual que ha encontrado a este amigo encontrará a muchos.
Y Lametón también está contento. Aunque un poco frustrado. Sigue siendo el caracol más rápido del mundo... ¡pero ahora tiene que correr más rápido que Chulicero!
Y colorín colorado!
-----------------------------------------------------------------
Esta es la historia de un gato y un caracol.
Un gato tan grande que hasta los perros salían huyendo cuando le veían, con esas garras tan enormes.
Y un caracol de carreras, osado y veloz, ¡el más rápido del mundo entero!
Al gato se le conocían por Chulicero, un nombre larguísimo y feo para un gato tremendo.
El caracol no tenía nombre, pero sus seguidores en las carreras le llamaban Lametón, por el rastro baboso que dejaba en la tierra a su vertiginoso paso.
Como os podréis suponer, Chulicero estaba triste. Todo el mundo se asustaba al verle, incluso los que le conocían, y eso que era un gato con buen corazón. Al principio se enfadaba mucho, pero eso acrecentaba su fama, así que según pasó el tiempo Chulicero caminaba más encorvado, con los hombros hundidos y la mirada gacha, y con el ánimo en los pies.
Un día que paseaba por un camino tranquilo que bordeaba un río, se cruzó con un caracol. El caracol iba despacio, despacio, como todos los caracoles. Tenía la concha de vivos colores, y eso fue lo que atrajo su atención. Levantó la pata e intentó rozarlo suavemente (sin garras, desde luego) pero de repente el caracol hizo un quiebro y se apartó de su mano. De hecho, el caracol se le encaró y con cara de pocos amigos le espetó: "¿Qué te piensas que estás haciendo?"
Chulicero se quedó de piedra. ¡Un caracol que corría y que encima le plantaba cara! ¡Algo jamás visto!
"¿Pero es que no sabes con quién estás tratando?". continuó el caracol. "Soy el caracol más rápido del mundo, ¡ni te atrevas a tocarme con tus sucias pezuñas!". Chulicero no pudo evitarlo, después de la sorpresa inicial le sentó fatal que el caracol se enfadara con él, y se le escapó una lágrima que le resbaló hasta el hocico.
Lametón, el caracol, al ver a un gato tan grandote llorando, se ablandó al instante: "Hombre, no es para tanto, entiendo que tus patas están sucias porque las usas para andar por este camino". En el fondo, Lametón era un buen tipo, aunque tuviese malas pulgas. Y no soportaba que nadie llorase.
A Chulicero cada vez le caían más lagrimones. Así que Lametón, ni corto ni perezoso, se subió por su pata. A Chulicero le hacía cosquillas, pero como estaba tan triste, ni siquiera le hizo gracia. Lametón siguió subiendo por la tripa, llegó hasta el cuello, subió hasta la oreja y le dio un sonoro beso en la cabeza.
Esto sí que consiguió que Chulicereo dejara de llorar, por lo sorprendente de que un caracol hubiera conseguido subir tan rápido hasta sus orejas, y porque le hubiera dado ¡un beso! Con mucho cuidado, Chulicero cogió a Lametón en una de sus patas y se lo puso delante para poder verlo bien.
- Siento haberte asustado al intentar darte con la pata- dijo Chulicero - no pretendía hacerte daño.
- Y yo siento haber sido tan grosero, y haberte hecho llorar.
- No ha sido culpa tuya,- respondió Chulicero - simplemente has sido la gota que colmó el vaso. Estoy triste, nadie quiere estar conmigo, a todos les asusto, y me siento muy solo.
- Pues eso tiene fácil arreglo. A mi no me asustas, y se me ocurre algo que podríamos hacer juntos. ¿Qué te parece si echamos una carrera?
Chulicero pensó que sería pan comido, y aceptó el reto. Pero ¿que creéis que pasó? Que Lametón le ganó, por poco, es verdad, pero ganó. A Chulicero le hizo mucha gracia, y le pidió la rebancha. Y esta vez ganó Chulicero, pero porque se esforzó muchísimo y llegó casi sin aliento.
Entre risas y jadeos, Chulicero y Lametón se sentaron junto a un arbol a descansar. Y desde ese día son amigos, y Chulicero ya no está triste. Porque sabe que igual que ha encontrado a este amigo encontrará a muchos.
Y Lametón también está contento. Aunque un poco frustrado. Sigue siendo el caracol más rápido del mundo... ¡pero ahora tiene que correr más rápido que Chulicero!
Y colorín colorado!
Renitín y Micifú
En este caso, tanto los nombres de los personajes como sus identidades zoológicas fueron idea de Irene. Se la trae con los nombres, en este caso no tanto, pero en el siguiente ya veréis, ya.
Este cuento surgió hoy durante el baño. Enjoy!
------------------------------------------------
Había una vez un ratoncito pequeño, pequeño, lindo y gentil que se llamaba Ranitín. Tenía todo lo que un ratoncillo podría querer: una mamá cariñosa, una madriguera confortable y cálida... pero no era feliz. Porque, como era tan pequeño, hasta los gatos se reían de él. Renitín, harto de las mofas de sus congéneres y de sus cazadores, decidió irse a vivir solo en un sitio apartado y tranquilo.
Cierto día, mientras jugaba con sus palas y cubo, vio a lo lejos un gato pequeñajo, algo escuálido, y desgarbado, que paseaba con la cabeza gacha por los alrededores de su madriguera. Intentó esconderse, pero el gato le vió por el rabillo del ojo y se acercó al trote.
Este gato, algo cochambroso, se llamaba Micifú. Era tan bueno y generoso como feucho y despeinado, y los gatos de su manada le hacían burla porque no era capaz ni de cazar caracoles. Lo que más le gustaba a Micifú era hacer nuevos amigos, algo que no ocurría amenudo porque ya se sabe que los gatos son "muy suyos" y el aspecto desaliñado de Micifú no les agradaba.
Al final, Renitín no consiguió esconderse en su madriguera antes de que llegase el gato.
-Hola, ratoncito, me llamo Micifú, dijo con una gran sonrisa.
Renitín, con cierto recelo, le respondió.
- Hola... Yo me me llamo Renitín.
- ¿Qué haces tan solo en este parque? Por aquí no suelen venir muchos ratones.
- Por eso me gusta. Tampoco lo frecuentan muchos los gatos...
- Bueno, esa es la razón por la que he venido por aquí. Digamos que no me llevo muy bien con mis congéneres, dijo Micifú con amargura.
- ¡Qué me vas a contar!, -respondió Renitín. "De mi se ríen todos, ratones, gatos y perros. Como soy tan pequeñajo, no valgo ni para que me den un bocado. Así que como estoy harto de que se burlen de mi, me he venido a vivir aquí solo. Al menos no tengo que aguantar tonterías", añadió Renitín, cabizbajo y tristón.
- No te preocupes, Renitín, a mi ni me pareces pequeñajo ni insignificante,- dijo Micifú - pero no tengas miedo, no quiero comerte. No podría comer ni a una hormiga. Me daría mucha pena. Pero sí me gustaría ser tu amigo, si quieres...
Renitín se quedó mirando al gatucho, y poco a poco una gran sonrisa de bigote a bigote le iluminó la cara. En el fondo se sentía muy solo, y tener un amigo que le visitara de vez en cuando le apetecía mucho.
Así se lo dijo a Micifú, y desde ese día, todas las tardes, los dos juegan juntos con el cubo y las palas, hacen castillos y animales, y de vez en cuando van a ver a la mamá de Renitín, que les hace chocolate y galletas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Este cuento surgió hoy durante el baño. Enjoy!
------------------------------------------------
Había una vez un ratoncito pequeño, pequeño, lindo y gentil que se llamaba Ranitín. Tenía todo lo que un ratoncillo podría querer: una mamá cariñosa, una madriguera confortable y cálida... pero no era feliz. Porque, como era tan pequeño, hasta los gatos se reían de él. Renitín, harto de las mofas de sus congéneres y de sus cazadores, decidió irse a vivir solo en un sitio apartado y tranquilo.
Cierto día, mientras jugaba con sus palas y cubo, vio a lo lejos un gato pequeñajo, algo escuálido, y desgarbado, que paseaba con la cabeza gacha por los alrededores de su madriguera. Intentó esconderse, pero el gato le vió por el rabillo del ojo y se acercó al trote.
Este gato, algo cochambroso, se llamaba Micifú. Era tan bueno y generoso como feucho y despeinado, y los gatos de su manada le hacían burla porque no era capaz ni de cazar caracoles. Lo que más le gustaba a Micifú era hacer nuevos amigos, algo que no ocurría amenudo porque ya se sabe que los gatos son "muy suyos" y el aspecto desaliñado de Micifú no les agradaba.
Al final, Renitín no consiguió esconderse en su madriguera antes de que llegase el gato.
-Hola, ratoncito, me llamo Micifú, dijo con una gran sonrisa.
Renitín, con cierto recelo, le respondió.
- Hola... Yo me me llamo Renitín.
- ¿Qué haces tan solo en este parque? Por aquí no suelen venir muchos ratones.
- Por eso me gusta. Tampoco lo frecuentan muchos los gatos...
- Bueno, esa es la razón por la que he venido por aquí. Digamos que no me llevo muy bien con mis congéneres, dijo Micifú con amargura.
- ¡Qué me vas a contar!, -respondió Renitín. "De mi se ríen todos, ratones, gatos y perros. Como soy tan pequeñajo, no valgo ni para que me den un bocado. Así que como estoy harto de que se burlen de mi, me he venido a vivir aquí solo. Al menos no tengo que aguantar tonterías", añadió Renitín, cabizbajo y tristón.
- No te preocupes, Renitín, a mi ni me pareces pequeñajo ni insignificante,- dijo Micifú - pero no tengas miedo, no quiero comerte. No podría comer ni a una hormiga. Me daría mucha pena. Pero sí me gustaría ser tu amigo, si quieres...
Renitín se quedó mirando al gatucho, y poco a poco una gran sonrisa de bigote a bigote le iluminó la cara. En el fondo se sentía muy solo, y tener un amigo que le visitara de vez en cuando le apetecía mucho.
Así se lo dijo a Micifú, y desde ese día, todas las tardes, los dos juegan juntos con el cubo y las palas, hacen castillos y animales, y de vez en cuando van a ver a la mamá de Renitín, que les hace chocolate y galletas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
jueves, 16 de octubre de 2008
¿Quién será más cría?
Estas cosas me pasan porque soy un poco gansa. Hace unas semanas, Irene llegó del colegio diciendo que era un "papá león" y que quería disfrazarse de león junto con Gonzalo y Marcos y Marquito (literalmente). Ni corta ni perezosa, intenté pintarle la cara con mis "pinturitas", con resultados poco favorecedores.
Así que un día me pasé por "Fiestas Cerrada" y compré un mini-kit de maquillaje de teatro, de ese untuoso y con bastante buena cobertura, lápices pequeños, apenas 5 cm, y 6 colores. Con ese tuve bastante éxito, y hay por ahí fotos (de móvil, una lástima, alguna tendré que intentar subir) porque una de las veces me quedó bastante bien (modestia aparte).
El caso es que este lunes Irene se empeñó en que le volviera a pintar de papá león, pero en el patio. Como estaba por allí Diego, uno de nuestros vecinos de corta edad, también le pintamos a él. Y se lo pasaron fenomenal. No hay registro gráfico ni sonoro del evento, pero los rugidos se oían al otro lado de la plaza :-)
Hoy, volvió a pedirme lo mismo. Pero hoy estaban abajo prácticamente todos los demás pequeñajos, y hubo peticiones de toooodos ellos. Adjunto fotos del evento, y admito que quizás me lo pasara yo mejor que ellos, que siempre me ha encandao dibujar. También confieso que me tuve que "evadir" de algunas de las peticiones porque, sinceramente, no tenía ni idea de cómo hacerlas: alacrán, babosa, águila culebrera... ¿cómo se les ocurrirán estas cosas a niños de menos de 6 años?
¡¡¡Pero qué ricos que son!!!!
lunes, 13 de octubre de 2008
Más fotos de la boda
Pongo una "pequeña" selección de fotos de la familia...
Tía Ángela (la madrina) y primo Santi (el novio)
Carmina, Tío Antonio, Miguelín, moi même e Irene
La tía Ángela, hecha una modelo
Marta y la menda lerenda
The Vargas-Simón Family
Los novios, Coro y Santi
Primo Nacho, prima Alicia y "retoño" Celia, ¡más maja que tó!
Tío Antonio, Papá, Carmina, Nacho, Juanma y Celia
Tía Marifé y Tía Angela
The Vargas sisters having fun
Primo "Miguelín" :-)
La mesa de los hermanos de la madrina y del padre del novio
Nacho y Celia... ¿cucu - tá?
Jugando con el pelo de Celia
Papá
Javi, mi ahijado
Los novios bailando una canción de Richard Cocciante
Acaramelados
Suscribirse a:
Entradas (Atom)