miércoles, 2 de abril de 2008
Un cumpleaños muy especial
Ayer fue mi cumpleaños. El número 38, para ser exacto (eso de quitarse o ponerse años no es para mi, me gustan las cosas claras). Fue un día muy especial.
No porque fuese el día más feliz de mi vida (los he tenido mejores) ni porque me esperara un ramo de flores en la oficina (que tampoco) ni porque mi maridín me llevara a un restaurante caro (la cena la preparé yo) ni porque me llovieran los regalos (ni uno, oye).
Fue tremendamente especial porque mi niña me dejó dos mensajes (uno en el contestador del móvil y otro en el contestador de la oficina) diciéndome "Feliz cumpleaños, mamita" con esa media lengua que tiene, con una voz finita, chiquitina, llena de moquetes y de tos... También fue tremendamente especial porque cuando llegué a casa estaba dormida y tenía cara de angel. Fue una tarde muy especial porque nos fuimos de paseo y nos lo pasamos muy bien cantando, jugando y riendo como tontas. Fue especial porque la cena se pasó volando entre risas y bromas y conversaciones divertidas. Y acompañada de una chispa especial, en parte por mi estado de ánimo y en parte por las dos copas de Enrique Mendoza Reserva del 1998 (o 1999, la botella ha perdido la etiqueta por la humedad -y los ratones- de la cueva).
Al final me quedé frita en el sofá mientras el maridín recogía la cocina. ¡Qué gusto! Ni que decir tiene que del sofá a la cama no me dio tiempo a espabilarme y enganché el sueño. Y dormí toda la noche del tirón.
En resumidas cuentas, un día sencillo y que espero no olvidar. Estoy contenta. Tengo 38 años recién cumplidos y soy feliz.
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Hola, guapisima
ResponderEliminarAhí va mi regalo: un cuento tierno para endulzarte el dia (aun más):
El día de Navidad, la familia entera se reunió alrededor del árbol y comenzó a abrir los regalos.
La hija, contenta, le entregó una caja al padre. –Esto es para ti, con todo mi amor.
El padre, orgulloso, abrió la caja, pero ésta estaba vacía. Con el mayor cariño, le dijo a su hija: –Amor mío, sé que tienes la mejor de las intenciones, pero la vida te ha de enseñar que no
podemos dar algo que no existe, por muy bien envuelto que esté y por mucho cariño con que lo entreguemos. Creo que te olvidaste de poner algo aquí dentro. –¿Pero es que no lo ves? –No veo nada, hija mía. –¡Pues me pasé una tarde entera llenándola de besos!
Los ojos del padre brillaron: –¡Es verdad! ¡Muchas gracias, hija mía, por un regalo tan bonito!
Y durante el resto de su vida, siempre que se sentía deprimido o descorazonado, el padre abría la caja, sacaba un beso que su hija había puesto allí, y volvía a tener el valor suficiente para enfrentarse a sus retos.
Felicidades, te deseo tanta felicidad como la que tu me das ... y espero ser el responsable de una gran parte con besos, risas ... o con regalos.
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