Qué gusto da tener un poco de tiempo para cocinar de vez en cuando. Hoy sábado estoy de rodriguez, y pensé que qué mejor ocupación para una mañana gris y lluviosa que probar esas galletas que llevo queriendo probar un tiempo, y mientras preparar la comida para mañana.
Como el pronóstico dice que mañana seguiremos con tiempo meón, un guiso no estará mal. Abro el congelador, y veo dos trozos de pierna de ternera mirándome con ojos tiernos :-) La decisión fue tremendamente fácil. Ala, a por el ossobucco.
La receta de las galletas (la original aquí) es fácil, pero en mi casa no suele haber azúcar glass. Así que opté por un par de cambios y atajos (¡a ver cuándo me compro un robot de cocina que quepa en mi cocinilla!) y... ¡tadá! Las galletas ya están en el congelador y el ossobucco lleva casi media hora al fuego ya. Son las doce menos veinte y empecé a las diez y media. No está mal :-)
Recetas a continuación. Lo prometo. Son muy fáciles. Anda, probad, probad.
Ossobucco con salsa de champiñones (adaptada de la biblia de la cocina española, 1.080 recetas de cocina de Simone Ortega) - para 2 personas
2 trozos de carne de pierna con hueso (corte para ossobucco)
1 tomate grande o 2 tomates medianos
150 gr de champiñones o setas (yo utilicé una combinación de setas que se compran congeladas, por comodidad - además, lleva boletus edulis y le da un saborcillo...)
1/2 vaso de vino blanco
1/2 vaso de caldo de carne (yo tenía caldo de un codido que hice el lunes pasado, pero se puede hacer con sopicaldo)
sal y pimienta (cuidado con la sal si usas sopicaldo, que ya lleva)
un poco de harina
aceite de oliva
Se cubre el fondo de la cazuela con aceite, cuando está caliente se pasa la carne por un poco de harina y se dora. Añadir las setas cortadas en trozos grandes y rehogar brevemente, añadir los tomates pelados y sin simientes cortados en trozos pequeños. A los 2 minutos añadir el vino, dejar reducir un minuto y a continuación añadir el caldo. Añadir sal y pimienta y cocer entre 1 hora y 90 minutos, dependiendo de lo dura que sea la carne.
Se sirve con un poco de arroz blanco o con patatas al gusto.
Galletas de naranja y chocolate (adaptada de smittenkitchen)
125 gr de mantequilla
1/3 de taza de azúcar (normal, no tenía glass)
1 taza de harina
1 yema de huevo
1/2 cucharadita de esencia de vainilla
una pizca de sal
4 onzas de chocolate negro sin azúcar troceadas
100 gr de corteza de naranja confitada (se podría sustituir por ralladura de 1 naranja)
Meter la mantequilla en el microondas 35 sg (yo la tenía recién sacada de la nevera). Batirla hasta que esté a punto de pomada (unos 2 minutos a mano). Añadir el azúcar y batir hasta que esté sedoso (unos 5 minutos a mano). Añadir la yema de huevo y batir otros 2 minutos más.
A continuación, añadir la sal, la esencia de vainilla y la corteza o ralladura de naranja y mezlcar bien.
Añadir la harina y mezclar justo hasta que esté incorporada. Volcar sobre una superficie, hacer una bola, envolver en plástico y refrigerar media hora.
Sacar de la nevera, hacer dos troncos y rebozar con el chocolate troceado. Volver a envolver en plástico y refrigerar otra media hora o congelar (aguantan más de 1 mes).
Cortar en lonchas de 1 cm de espesor y hornear en horno precalentado a 180º durante 12 minutos (si no están congeladas) o 14 minutos (si sí lo están).
Para cortar la masa congelada, sacarla media hora antes y ponerla en la nevera. Cortarla con un cuchillo afilado (el de jamón vale, por ejemplo).
sábado, 31 de enero de 2009
jueves, 29 de enero de 2009
Ya pasó
Ya pasó. En todos los sentidos.
Se fué, la lloramos, la despedimos, y volvimos como pudimos a nuestra vida de siempre.
Me enteré en la estación de Chamartín, antes de subirme al tren destino Alcobendas. Recuerdo que hacía una brillante mañana de invierno. Eran las nueve menos cinco.
Recuerdo que pensé que cómo me recordaba el brillo del sol a cuando murió la madre de Juanma. El mismo cielo límpido. El mismo frío cortante. Ni un obstáculo para contemplar el cielo inmenso.
Las horas siguientes las tengo grabadas en la memoria, con los bordes claros y brillantes, como en relieve. La vuelta a casa, las llamadas, abrazarme a Juanma, hacer las maletas, el rato que pasé en La Paloma, recoger a Irene e intentar explicarle lo que había pasado ("¿está en el cielo de los gatitos?", mi pobre amor, "no llores, mamita"), al coche y algo más de media docena de horas después llegar al tanatorio.
Pero ya pasó. Ahora de vez en cuando todavía me entran ganas de llorar. Pero la mayoría del tiempo pienso en ella, sonriendo, evitando las cosquillas, amasando, cortando cebolla, repitiendo día tras día "¡dejádmelo todo allí!".
Lo que más recuerdo de la última vez que la vi es el rato que estuve tiñéndole el pelo mientras pensaba qué delgado tenía ya el cuello, el abrazo que le di en la cocina y por el que me dio las gracias la tontina de ella, y el beso que le di en el hospital temiéndome que sería el último.
Quiero quedarme con esas cosas. Solo con esas.
Porque ya pasó. Y ella va a seguir aquí. Dentro de ti. Y de mi. Y de todos los que tuvimos la suerte de conocerla.
Se fué, la lloramos, la despedimos, y volvimos como pudimos a nuestra vida de siempre.
Me enteré en la estación de Chamartín, antes de subirme al tren destino Alcobendas. Recuerdo que hacía una brillante mañana de invierno. Eran las nueve menos cinco.
Recuerdo que pensé que cómo me recordaba el brillo del sol a cuando murió la madre de Juanma. El mismo cielo límpido. El mismo frío cortante. Ni un obstáculo para contemplar el cielo inmenso.
Las horas siguientes las tengo grabadas en la memoria, con los bordes claros y brillantes, como en relieve. La vuelta a casa, las llamadas, abrazarme a Juanma, hacer las maletas, el rato que pasé en La Paloma, recoger a Irene e intentar explicarle lo que había pasado ("¿está en el cielo de los gatitos?", mi pobre amor, "no llores, mamita"), al coche y algo más de media docena de horas después llegar al tanatorio.
Pero ya pasó. Ahora de vez en cuando todavía me entran ganas de llorar. Pero la mayoría del tiempo pienso en ella, sonriendo, evitando las cosquillas, amasando, cortando cebolla, repitiendo día tras día "¡dejádmelo todo allí!".
Lo que más recuerdo de la última vez que la vi es el rato que estuve tiñéndole el pelo mientras pensaba qué delgado tenía ya el cuello, el abrazo que le di en la cocina y por el que me dio las gracias la tontina de ella, y el beso que le di en el hospital temiéndome que sería el último.
Quiero quedarme con esas cosas. Solo con esas.
Porque ya pasó. Y ella va a seguir aquí. Dentro de ti. Y de mi. Y de todos los que tuvimos la suerte de conocerla.
lunes, 19 de enero de 2009
De parte de Raquel
Esto me lo ha pasado Raquel, es de Audrie Hepburn. Ha conseguido subirme la moral así lo comparto con todos los que podáis leer esto en algún momento (y que sé que lo apreciaréis).
Para tener unos labios atractivos, dí siempre palabras amables.
Para tener ojos adorables, mira siempre las cosas buenas de la gente
Para una figura esbelta, comparte tu comida con los que padecen de hambre.
Para tener un pelo lindo, permite que un niño pase sus deditos por él, por lo menos una vez al día.
Para mantener la elegancia, camina con la certeza de que nunca estás sola.
La gente, más que las cosas, tiene derecho a ser reestablecida, revivida, reivindicada y redimida. Nunca rechaces ni deseches a nadie.
Recuerda, si necesitas una mano amiga, la encontrarás en el extremo de cada uno de tus brazos.
Con el tiempo y la madurez, descubrirás que tienes dos manos: una para ayudarte a tí misma y la otra para ayudar a los demás.
La belleza de una mujer no está en su figura, en la ropa que viste o en la forma como se peina. La belleza de una mujer tiene que ser vista en sus ojos, por que son la puerta de su alma, el lugar donde habita el amor.
La belleza de una mujer no está en la moda superficial.
La verdadera belleza de una mujer se refleja en su alma. En la bondad con la que da amor y en la pasión que demuestra.
La belleza de una mujer crece con el pasar de los años.
Para tener unos labios atractivos, dí siempre palabras amables.
Para tener ojos adorables, mira siempre las cosas buenas de la gente
Para una figura esbelta, comparte tu comida con los que padecen de hambre.
Para tener un pelo lindo, permite que un niño pase sus deditos por él, por lo menos una vez al día.
Para mantener la elegancia, camina con la certeza de que nunca estás sola.
La gente, más que las cosas, tiene derecho a ser reestablecida, revivida, reivindicada y redimida. Nunca rechaces ni deseches a nadie.
Recuerda, si necesitas una mano amiga, la encontrarás en el extremo de cada uno de tus brazos.
Con el tiempo y la madurez, descubrirás que tienes dos manos: una para ayudarte a tí misma y la otra para ayudar a los demás.
La belleza de una mujer no está en su figura, en la ropa que viste o en la forma como se peina. La belleza de una mujer tiene que ser vista en sus ojos, por que son la puerta de su alma, el lugar donde habita el amor.
La belleza de una mujer no está en la moda superficial.
La verdadera belleza de una mujer se refleja en su alma. En la bondad con la que da amor y en la pasión que demuestra.
La belleza de una mujer crece con el pasar de los años.
domingo, 18 de enero de 2009
Recetas de galletas que he de probar
Por ambas tengo que dar las gracias a Deb de smittenkitchen.com :-)
- "slice and bake cookies", galletas con una masa básica que se refrigera hecha un tronco y que se corta en "lonchas". Ideales para congelar. Las galletas de chocolate-chocolate que me encantan (ya puse la receta en el blog) son parecidas.
- otras galletas de chocolate, pero estas de las que se hacen con molde, clara candidata para llevar el día del cumple de Irene al cole.
Ya contaré cómo quedan. Y qué tal quedan congeladas. Porque como tengo cena en casa el día 14 de febrero (vamos a quedar con los padres de dos amiguitas de Irene para hablar de (agfs...) colegios) quiero dejar preparadas algunas galletas para las enanas y si sobran, para nosotros.
Si alguien las prueba durante la próxima semana, que me diga cómo han salido :-)
- "slice and bake cookies", galletas con una masa básica que se refrigera hecha un tronco y que se corta en "lonchas". Ideales para congelar. Las galletas de chocolate-chocolate que me encantan (ya puse la receta en el blog) son parecidas.
- otras galletas de chocolate, pero estas de las que se hacen con molde, clara candidata para llevar el día del cumple de Irene al cole.
Ya contaré cómo quedan. Y qué tal quedan congeladas. Porque como tengo cena en casa el día 14 de febrero (vamos a quedar con los padres de dos amiguitas de Irene para hablar de (agfs...) colegios) quiero dejar preparadas algunas galletas para las enanas y si sobran, para nosotros.
Si alguien las prueba durante la próxima semana, que me diga cómo han salido :-)
sábado, 17 de enero de 2009
Sin sonrisas
Hoy tengo ganas de escribir, pero como no tengo muy claro sobre qué, voy a improvisar.
Llevo ya una larga temporada gris, en la que únicamente entra la luz de los ojos y la risa de Irene. Porque ni siquiera mirando a mi 51% se me alegra el corazón. Se me llena de amor, pero no de alegría.
Hoy, mientras veía por enésima vez 4 bodas y un funeral (en Telemadrid, a medio día), Irene dormía y él se preparaba para irse de viaje. En una escena en particular empecé a reirme, y él se acercó con los ojos llenos de luz y me dijo "cómo me gusta oirte reir". Hacía mucho, ¿verdad amor? Demasiado.
Las últimas veces que hemos estado hablando (demasiado pocas últimamente, ¿qué nos ha pasado?) hemos estado abrazados, muy juntos, acurrucados, hablando de las cosas tristes que nos rodean. Se me escurren las lágrimas como si tuvieran prisa por salir, lo más probable es que se sientan apretadas ahí dentro cuando él me estruja, y me sorprende que no salgan a chorro, como las de los payasos.
Tengo ganas de llorar pero no quiero, curiosa sensación. Me temo que me pasaría llorando un buen rato. ¿Cómo será cuando llegue el momento en el que nos deje?
Me he encontrado una poesía de Juan Ramón Jiménez.
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquél de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará nostálgico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
Creo que su amor se merece que yo también me quede cantando.
Espero encontrar la voz, y que sea pronto.
Llevo ya una larga temporada gris, en la que únicamente entra la luz de los ojos y la risa de Irene. Porque ni siquiera mirando a mi 51% se me alegra el corazón. Se me llena de amor, pero no de alegría.
Hoy, mientras veía por enésima vez 4 bodas y un funeral (en Telemadrid, a medio día), Irene dormía y él se preparaba para irse de viaje. En una escena en particular empecé a reirme, y él se acercó con los ojos llenos de luz y me dijo "cómo me gusta oirte reir". Hacía mucho, ¿verdad amor? Demasiado.
Las últimas veces que hemos estado hablando (demasiado pocas últimamente, ¿qué nos ha pasado?) hemos estado abrazados, muy juntos, acurrucados, hablando de las cosas tristes que nos rodean. Se me escurren las lágrimas como si tuvieran prisa por salir, lo más probable es que se sientan apretadas ahí dentro cuando él me estruja, y me sorprende que no salgan a chorro, como las de los payasos.
Tengo ganas de llorar pero no quiero, curiosa sensación. Me temo que me pasaría llorando un buen rato. ¿Cómo será cuando llegue el momento en el que nos deje?
Me he encontrado una poesía de Juan Ramón Jiménez.
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquél de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará nostálgico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
Creo que su amor se merece que yo también me quede cantando.
Espero encontrar la voz, y que sea pronto.
domingo, 4 de enero de 2009
El día que envejecí
Hace dos días que me di cuenta. A pesar de que el cuerpo tenga más años, lo que uno es se mantiene curioso como cuando el cuerpo tenía tres años, con ganas de comerse el mundo como cuando tenía dieciocho, con la pasión de los veinticinco, la energía de los veinte, la inconsciencia de los catorce, la inseguridad de los diecinueve, la vida de los treinta...
Pero un buen día ves el sufrimiento encarnado. ¡Con lo que yo la quiero! Ves el deseo de desaparecer en sus ojos, en su presencia y, por Dios, en sus ausencias. Ves a otra de tus almas sufrir por no poder hacer nada, por no llegar hasta ella, no transmitirle ni una molécula de ánimo, de ganas de seguir. Ni por ella. Ni por él. Ni por nosotros. Ni por siquiera por ella misma.
Estaba en un restaurante frente a otro de mis amores (debo tener mucha suerte, porque entre almas, vidas y amores tengo más que los gatos), mirándole a los ojos, sonriendo con algo de tristeza, las manos enlazadas. Me dijo con tremenda dulzura: has envejecido. Y sé que es cierto.
Todo en la vida es provisional. Nada queda. Todo, absolutamente todo nos roza, nos acaricia, como un gato mimoso entre las piernas que después de un rato sigue su camino. Ni ella, ni ella, ni él, ni ninguna de mis almas, vidas y amores se quedarán. Todos pasarán.
Saberlo me llena de tristeza, sensación de pérdida anticipada, amor descontrolado que querría apretar y estrujar para que nada pudiera escapar de ese abrazo de hierro sedoso. A la vez, la certeza de que en cada pequeño detalle de lo que soy hay un reflejo, un destello, una sombra de todas las personas que pasaron y no quedaron, que están pasando y yéndose, que pasarán y se irán.
Dándome cuenta de eso, sonrío. Porque hay mucho de ella dentro de mi.
Que nada te acojone, te dijo aquella amiga cuando estabas hundida por la tristeza y la pérdida.
Hoy te lo digo yo. Que nada te acojone, mi queridísma. Ni siquiera el fin.
Ojalá puedas volver a casa. Ojalá pueda volverte a ver.
Pero un buen día ves el sufrimiento encarnado. ¡Con lo que yo la quiero! Ves el deseo de desaparecer en sus ojos, en su presencia y, por Dios, en sus ausencias. Ves a otra de tus almas sufrir por no poder hacer nada, por no llegar hasta ella, no transmitirle ni una molécula de ánimo, de ganas de seguir. Ni por ella. Ni por él. Ni por nosotros. Ni por siquiera por ella misma.
Estaba en un restaurante frente a otro de mis amores (debo tener mucha suerte, porque entre almas, vidas y amores tengo más que los gatos), mirándole a los ojos, sonriendo con algo de tristeza, las manos enlazadas. Me dijo con tremenda dulzura: has envejecido. Y sé que es cierto.
Todo en la vida es provisional. Nada queda. Todo, absolutamente todo nos roza, nos acaricia, como un gato mimoso entre las piernas que después de un rato sigue su camino. Ni ella, ni ella, ni él, ni ninguna de mis almas, vidas y amores se quedarán. Todos pasarán.
Saberlo me llena de tristeza, sensación de pérdida anticipada, amor descontrolado que querría apretar y estrujar para que nada pudiera escapar de ese abrazo de hierro sedoso. A la vez, la certeza de que en cada pequeño detalle de lo que soy hay un reflejo, un destello, una sombra de todas las personas que pasaron y no quedaron, que están pasando y yéndose, que pasarán y se irán.
Dándome cuenta de eso, sonrío. Porque hay mucho de ella dentro de mi.
Que nada te acojone, te dijo aquella amiga cuando estabas hundida por la tristeza y la pérdida.
Hoy te lo digo yo. Que nada te acojone, mi queridísma. Ni siquiera el fin.
Ojalá puedas volver a casa. Ojalá pueda volverte a ver.
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