Ya pasó. En todos los sentidos.
Se fué, la lloramos, la despedimos, y volvimos como pudimos a nuestra vida de siempre.
Me enteré en la estación de Chamartín, antes de subirme al tren destino Alcobendas. Recuerdo que hacía una brillante mañana de invierno. Eran las nueve menos cinco.
Recuerdo que pensé que cómo me recordaba el brillo del sol a cuando murió la madre de Juanma. El mismo cielo límpido. El mismo frío cortante. Ni un obstáculo para contemplar el cielo inmenso.
Las horas siguientes las tengo grabadas en la memoria, con los bordes claros y brillantes, como en relieve. La vuelta a casa, las llamadas, abrazarme a Juanma, hacer las maletas, el rato que pasé en La Paloma, recoger a Irene e intentar explicarle lo que había pasado ("¿está en el cielo de los gatitos?", mi pobre amor, "no llores, mamita"), al coche y algo más de media docena de horas después llegar al tanatorio.
Pero ya pasó. Ahora de vez en cuando todavía me entran ganas de llorar. Pero la mayoría del tiempo pienso en ella, sonriendo, evitando las cosquillas, amasando, cortando cebolla, repitiendo día tras día "¡dejádmelo todo allí!".
Lo que más recuerdo de la última vez que la vi es el rato que estuve tiñéndole el pelo mientras pensaba qué delgado tenía ya el cuello, el abrazo que le di en la cocina y por el que me dio las gracias la tontina de ella, y el beso que le di en el hospital temiéndome que sería el último.
Quiero quedarme con esas cosas. Solo con esas.
Porque ya pasó. Y ella va a seguir aquí. Dentro de ti. Y de mi. Y de todos los que tuvimos la suerte de conocerla.
Releo esto después de casi dos años.
ResponderEliminarEl dolor se siente como con sordina, porque sé que su sufrimiento se acabó, y que su luz hace todavía más brillante la que El nos envía cada día.
Su hija, mi madre, la echa de menos tantísimo... Ahora me preocupo por ella, por su dolor de espalda, por su cansancio, porque se me hace viejita a ojos vistas.
Y yo me miro al espejo, contrariada por las arrugas del entrecejo, que cada vez son más profundas, por las ojeras y las patas de gallo.
La rueda gira, cada uno de nosotros avanza en su camino y nos acercamos, día a día, a lo inevitable pero que tanto nos duele y nos hace temer.
Así son las cosas. Y nada las cambia. Lo que sí podemos hacer es disfrutar de cada día, de cada sonrisa, no dar importancia (solo la justa) a cada molestia o contrariedad. Lo importante es que hagamos de nuestra vida una sinfonía que comience, se desarrolle y acabe en tono mayor.